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Religión en el Siglo XXI

C. S. LEWIS ESA EXTRAÑA FUERZA

«Obra como si amaras a Dios y al hombre», si hay imperativo «categórico» para un cristiano sin duda es éste. Kant no estaría del todo de acuerdo porque el mandato así formulado de alguna manera estaría condicionado por la caridad, la compasión o el amor, no actuaríamos solo por respeto al deber; pero, ¿acaso no es el sometimiento al deber también una opción emocional del sujeto, también acción moral y por tanto no formal o incondicional?, ¿por qué la buena voluntad lo es por puro respeto al deber? ¿no sería buena voluntad estimar lo que es justo o digno de aprobación; no robar porque apoderarse de bienes ajenos no nos parece bien o porque matar supone privar la vida de alguien algo que no tenemos derecho?, o ¿no estamos abocados a sucumbir ante la belleza de un cuadro como el Descendimiento de Roger Van Der Weyden o una sarabande de la suite francesa de Bach interpretada por Gould, o la impresión visualizada de una mirada o un gesto de la persona amada que junto a nosotros en el sofá sonríe viendo un programa de televisión por el simple gozo o ternura que nos produce verla o escucharla o imaginarla?, ¿no es un deber reconocer el valor del algo precisamente porque requiere apreciar lo que es objetivamente estimable aunque quizá aún no sepamos cómo o por qué? Tendríamos acceso así a una órgano privilegiado de percepción de la realidad para poder aprehenderla en su complejidad, y esta realidad no excluye por supuesto una hermosa casa, un árbol centenario, un libro bien escrito y la personas que como prójimos nos encontramos todos los días, los bienes del Mundo, los que vemos y los que no vemos o imaginamos, los arquetipos que siempre han inspirado al hombre la Belleza, el Bien, la Justicia y la Virtud en sus distintas manifestaciones y por qué no a Dios.

Apologista o místico, o ambas cosas. Ejercicio de la argumentación o percepción de una nueva dimensión de las cosas, o ambas. Hay fronteras en la percepción de la realidad que se pueden franquear, un giro de perspectiva cambia nuestro modo de mirar lo que nos rodea; la imaginación no solo como capacidad de evocar recuerdos o experiencias pasadas, sino revelar nuevos significados de los objetos, tantos físicos como ideales, la naturaleza, las relaciones humanas, acontecimientos históricos o los sucesos cotidianos. Los principios fundacionales del ser y el mundo, elaborados en la conciencia de Dios, vislumbrados por el «sentido» humano, que se hace así partícipe de la Creación de Dios. La «experiencia» como contacto con la divinidad.

El profesor James. S. Cutsinger en un pequeño y precioso libro (editado por Padma en España) nos ilustraba como Lewis en sus libros de ficción nos devela cualidades, formas, tonalidades, colores, olores, sonidos de la realidad circundante o imaginada no explorados antes, a través de fuerza creadora de su prosa. La «distinción entre lo natural y sobrenatural» se desvanecía y se abría una ventana a la intuición del ser en su sentido mas profundo, en el contacto cotidiano con las cosas, siempre en camino hacia Dios, y accesible a todo hombre al margen de elucubraciones intelectuales. Pero, ¿cómo es esto posible?.

La Alegría en Lewis fue desde su infancia un anhelo, una visión de algo misterioso presente pero no del todo accesible en su toda su grandeza, al menos todavía no en esta vida. En el hombre, en su alma, hay una reminiscencia de Dios, que como un órgano de percepción nos abre los ojos a los sobrenatural. Vivir en un continuo desvelar los misterios de Dios y el mundo creado, una búsqueda que debe ser personal y biográfica de cada persona. Vemos la influencia de Platón, pero la concepción de la separación de dos mundos, el sensible y el de las ideas, éste último el verdadero , significaría la escisión del ser, y el hombre y las cosas no pueden ser simples sombras de ideas y su conocimiento solo un recuerdo evanescente (anamnesis).

¿Pero cómo podemos acceder a ese mundo arcano y misterioso, que es también el nuestro ? Es una pregunta sobre el ser y el conocimiento, que todo los filósofos de alguna manera se han planteado. Sin embargo hay un parentesco con el padre Gratry (que escribió «El conocimiento De Dios» traducido por Julian Marías, que escribió a su vez una monografía «La Filosofía del Padre Gratry», que desentraña todo su pensamiento), que nos puede ayudar a resolver el enigma, en su condición de cristiano y filósofo fue una gran conocedor de la filosofía patrística y mediaval y perfeccionó la doctrina de la percepción, el llamado órgano primario de la realidad, que él llamaba «sentido», y es propio de cada alma, funciona como un receptor instintivo de datos primarios del mundo y recoge todo lo que hay en el exterior de una manera involuntaria, en un primer contacto el mundo, como si fuera el espejo del universo de Leibniz. No tenemos ningún control sobre esta percepción originaria que opera en nosotros desde fuera, de una manera pasiva, bien sea la naturaleza con las impresiones sensibles que nos produce (sentido externo), bien la consciencia de nuestro propio yo (el ergo cogito ergo sum de Descartes), pero también del prójimo, no su cuerpo que vemos, oímos o tocamos como materia sino el tú que es esa persona (más allá que podamos inferir de una manera más o menos probable un «yo» como el mio por la semejanza externa de su cuerpo), (es el sentido íntimo), cuya evidencia de la experiencia interna es indiscutible. Finalmente y lo más importante para Lewis y para un cristiano, Dios, que se hace sentir antes incluso que podamos concebirlo en el fondo o raíz de nuestra alma, desplegando su gracia o fuerza creadora ( es el sentido divino). Por tanto la percepción o visión del mundo, del yo, del prójimo o de Dios a través del sentido (externo-íntimo o divino) es previa al entendimiento y la voluntad, todavía en fase germinal, es como un arcanus sensus (que diría Thomassin), un fondo del alma (o entrañas del alma en San Agustín) que recoge secretos, imprimaciones de otras realidades a la nuestra, aún ignorados, pero que tras un primer contacto despertarán las facultades de la razón y la voluntad, estimuladas ante la atracción por comprender y desear que aquéllas producen. Lewis comenta en la misma línea: «Los placeres son rayos de gloria cuando hieren nuestra sensibilidad. Al inciden en la voluntad y en entendimiento le damos diferentes nombres: bondad, verdad u otros semejantes. Pero sus ráfagas sobre los sentidos y el animo son el placer». Ese fondo o raíz del alma así percibido puede quedar oculto o velado, así ocurre con tantas cosas que el hombre ha sentido o atisbado que jamás ha podido descifrar; un núcleo misterioso, pero otras por el genio o la voluntad Dios el hombre llega a comprender y actuar, descubriendo o mejor desvelando la verdad. Pero el placer y la alegría que percibimos con el sentido del alma (externo-íntimo-divino), previo al entendimiento a la voluntad es el primer destello de Gloria que el hombre puede sentir y/o percibir, y aquí Lewis de nuevo ve el principio de la experiencia De Dios, incluso en lo cotidiano: «Usted volvió al arroyo, mojó otra vez su rostro y sus manos curtidas en la pequeña cascada, ¿por qué no comenzar con esto?.» (Carta XVII Malcolm).

Los cuerpos y la realidad física se perciben por los sentidos, tienen realidad porque los sentimos, los vemos y tocamos no requieren demostración (recordamos las palabras de Jesús a Tomás), constituyen evidencia inmediata, no podemos suspender la conciencia de tiempo y lugar negando su existencia. El positivismo y el materialismo paralizó en esta fase la percepción y la ciencia ha ido reduciendo el campo de conocimiento al factum cuantificable y medible, ignorando cualquier otro modo de presentación de realidad. Descartes descubrió que la primera percepción del hombre es la de sí mismo cuando piensa, (cogito ergo sum), pero al establecer el cartesianismo con las ideas claras y distintas como medio de razonamiento ha excluido de su campo de acción a lo que por definición es oscuro e impreciso como germen de conocimiento, y hay modos de realidad cuyo modo de manifestación no es determinado y exacto desde el principio, requiere un modo de razonamiento distinto, lo que está velado forma parte de misterio del mundo y por tanto de la realidad creada que debemos desvelar. No cabe la irracionalidad ni la vía negativa del misticismo, o la tentación de una magia esotérica en virtud concepciones subjetivas de lo que debe ser; iniciativas reproducidas en la historia del pensamiento de una manera recurrente (Tertuliano, Kierkegaard, Pascal o nuestro Unamuno por ejemplo). Aquí pudiera ver cierta vinculación con el «misticismo» de Lewis, que mencionaba Cutsinger, que nada tiene que ver con la espiritualidad de la negación, que pretende liberarse de este mundo con la suspensión de la conciencia espacial y temporal que nos une a él.

Orwen Barfield, uno de los grandes amigos de Lewis y unos de los inspiradores intelectuales de su conversión (aunque no compartieron la misma concepción espiritual, Barfield se dejó seducir en la antroposofía), concebía la imaginación como un órgano de conocimiento en cuanto que reproducía las facultades creadoras de Dios, sobre todo en el ámbito artístico, participando con nuestro pensamiento y voluntad en el Logos cósmico, y estableciendo una relación con la Divinidad, y C. S. Lewis asumió esa concepción «las cosas tal y como la perciben los sentidos no son solo los datos de un entorno externo e independiente sino las construcciones o expresiones de la conciencia, de la conciencia De Dios, por una parte, cuyas ideas son los principios indispensables, pero también de la conciencia del hombre sin cuya participación estos principios no podría haberse plasmado en la materia. De ahí de la convicción que el universo entero era, en última instancia, mental».

Lewis no fue un filósofo ni teólogo, ni tampoco lo pretendió, su humildad proverbial así lo atestigua, pero en todo caso asumió el deber de propagar el cristianismo en un época (que todavía es la nuestra) cuando su herencia histórica y espiritual estaba perdiendo arraigo social y prestigio intelectual. Como Chesterton antes entendió que era ineludible para los intelectuales cristianos saltar a la arena en defensa de la innovación esencial que supuso el Cristianismo, la participación de hombre en el destino eterno y divino otorgado por Dios, a través de la Redención por medio de Jesus; frente a los asaltos de la Modernidad, y lo hizo como profesor de Oxford, como escritor de relatos de ficción y ensayos, como apologeta y pensador cristiano en la esfera pública y como feligrés de la Iglesia de Inglaterra en su vida personal.

Como escritor asumió esa labor de creación artística. Las descripciones de Lewis no se limitan a trazar espacios o localizar lugares, modular la acción de los personajes o la configuración de las escenas; es tal la fuerza del uso de las figuras simbólicas del lenguaje que el lector participa sensorialmente en los mundos que describe, y lo que es más singular provoca una intelección directa e inmediata del sentido alegórico del relato-mito que trasciende a la narración, como medio de percepción de la realidad.

La religión cristiana va más allá de la simple profesión y afirmación de unas verdades de fe o unos valores morales que informan nuestro comportamiento; para Lewis es esencial la proclamación del mensaje cristiano sin desvirtuarlo ni despojarlo de su punto esencial; la venida, muerte y resurrección de Jesucristo y la redención del hombre hacia su divinización y obtención de la vida eterna. El misterio religioso no puede ocultarse porque sea difícil de creer o porque entre en contradicción con las creencias vigentes de la modernidad. La magia como «eficacia objetiva que no puede ser ulteriormente analizada» (Cart XIX Malcolm) existe y forma parte indisoluble de la religión. Volvemos a la percepción sensible de la Gloria, que es una forma de magia «El suave musgo, la fría, fuerte y danzarina luz fueron, sin duda, bendiciones muchos más pequeñas comparadas con «los medios de la gracia y la esperanza de la gloria. Pero eran palpables. Mientras estuvieron implicadas, la visión reemplazó a la fe. No fueron la esperanza de la gloria, fueron una exposición de la Gloria misma». (Carta XVII Malcolm).

Ldo. F. J. A. Guzmán
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