Grandes composiciones del Siglo XX – Concierto para violín y orquesta Shostakóvich
Es una de las composiciones más bellas de Shostakóvich. El tercer movimiento comienza con un passacaglia, una marcha lenta y solemne, como si fuera una procesión del Misterio de las que tocan las bandas de los cofrades en Andalucía, que inmediatamente da paso a un preciosísimo solo de violín, cadencioso, con una tensión contenida que va acumulándose pausadamente para explosionar en un virtuoso rapidísimo lleno de emoción y que, finalmente, tras un intervalo quedo y parsimonioso termina con una cadenza de violín llena de lirismo y patetismo. La música es enigmática, grave, ceremonial e íntima a la vez. Posee la variedad y mixtura musical típica del compositor, con un control y dominio perfecto de los recursos y la técnica musical en el desarrollo de los temas que transitan entre la ironía, la tristeza, el aire popular y la música total orquestal. Shostakóvich la compuso en el año 1949, que no era una época precisamente feliz desde el punto de vista personal para el artista; de ser el compositor mimado de Stalin vivía ahora postergado y represaliado por el régimen comunista, sufriendo la persecución por razón del llamado arte intelectual, eufemismo que se utilizaba para apartar a aquellos artistas que no seguían al pie de la letra las consignas del poder o no se plegaban a la pretensión de éste de utilizar y manipular propagandísticamente el arte. Y no es que Dmitri Dmítrievich fuera precisamente un hombre valiente, jamás se enfrentó directamente al régimen estalinista; tristísima fue la comparecencia ante la prensa en su viaje organizado por los Estados Unidos cuando, ante una pregunta malévola de su compatriota exiliado el escrito Nabokov, criticó abiertamente al también genial compositor Stravinsky, otro emigrado, cuando lo cierto es que lo admiraba secreta pero profundamente; así que mientras vivió Stalin mantuvo siempre un dificilísimo y a veces terrible equilibrio entre la sumisión y claudicación ante el poder en sus actuaciones y manifestaciones públicas por un lado y por otro una resistencia y defensa insobornable frente a cualquier intromisión que de alguna manera mediatizara su inspiración personal musical y artística. El resultado no podía ser otro que sufrimiento continuo y un comportamiento personal que rayaba la neurastenia. Cuenta Julian Barnes, en su estupenda novela El ruido del Tiempo, que Shostakovich durante una época pasaba las noches vestido con una maleta ya preparada en el rellano de la puerta de su vivienda, en un duermevela continuo para no despertar a su familia, y esperando que vinieran los agentes de Stalin para detenerle y llevarle a Siberia en cualquier momento. En tales circunstancias es plenamente comprensible ese elemento trágico y amargo tan reconocible en su música, que va descomponiéndose en un juego dual de espejos con sentimientos encontrados, sátira-dulzura, juego-drama, miedo-diversión etc .
El passacaglia es una marcha popular de origen español. Esta de Shostakóvich es de enorme belleza. Las comparaciones en música carecen de sentido, pero existen otras marchas passacaglias de otros compositores; aparte del decimonónico y sublime último movimiento de la cuarta sinfonía de Brahms ya en el siglo XX tenemos el de Benjamin Britten en Peter Grimes, inquietante y estruendoso; o el de Webern más cercano a Shostakóvich aparentemente, con esos pizzicatos rotos entre la sinuosa y grave melodía de las cuerdas.
Javier A. Guzmán es abogado en Lex Consulting
EWIG
Maiernigg, Austria, 1906. Mahler se encuentra en su residencia de verano, una casa idílica apartada en el campo, lejos del ajetreo de Viena. Se haya componiendo una nueva sinfonía, la octava, que unos años después, en 1910, estrenará en Munich dirigiéndola él mismo, en uno de sus escasos éxitos de público en toda su carrera como compositor. La imagen de Mahler en su casa estival componiendo produce cierta sensación de admiración no exento de extrañeza. Se retira todas la mañanas sin excepción a una cabaña aneja a la residencia principal, temprano, tras desayunar, se encierra entre sus partituras; nada ni nadie pueden distraerle, el temperamento y carácter de Mahler era suficiente disuasión para cualquier frivolidad al respecto. Alma, su esposa, era bien consciente de ello; la mujer más deseada y solicitada de Viena, se lamentaba resignada, no sin cierto resentimiento, de esta soledad forzada a la que su esposo le confinaba. Sin embargo Mahler, tan dadivoso como solía ser con su esposa, en esto no transigía, sometiéndose a las exigencias de un proceso creativo, que era lo único que le redimía de una existencia vivida como lucha, como afán de superación. Es posible que Mahler acostumbrado a la soledad y al estudio desde la infancia, al esfuerzo, a la disciplina que impone la creación, ni siquiera pudiera escapar a la atracción del trance, en palabras del maestro Federico Sopeña. Ni siquiera el matrimonio, que ya fue tardío cuando se casó, (de hecho era un hombre maduro y parece con no mucha experiencia sentimental que le hubiera dejado huella), podía cambiar la sustancia de Mahler, el hombre, el sueño; la plena entrega al amor de Alma, por lo demás plenamente sincero y auténtico, no podía desviarle de su vocación esencial como músico. Alma lo entendió, y mientras vivió Mahler asumió la tensión creativa de su esposo, pero en realidad nunca la compartió del todo.
El misterio de Mahler radica en que era distinto a los hombres de su entorno y si se me permite a su propia época, era su culminación pero no pertenecía plenamente a ella, quizá porque iba más allá, o porque previó algo insondable que a otros se les escapaba. Podemos pensar en Viena, la ciudad soñada del ayer de Stefan Zweig, sí del del viejo y anquilosado imperio austro-húngaro, con el bondadoso e hierático emperador Francisco José y la rutilante y desgraciada Sisí, de los archiduques embigotados de blancas patillas, de los rutilantes húsares, y de los magníficos palacios que respiran valses llenos de dulzura entre sus salones, del Präter; pero también Viena es un volcán en erupción, políticamente es la capital de un imperio que se desintegra por doquier, con minorías que socavan los pilares de un poder absoluto y obsoleto, pero, y éste es su destino trágico, no tienen una alternativa subyugante que ofrecer a la Historia; y por último Viena es un mundo palpitante lleno de genios que esbozan una nueva época de progreso, de ciencia, de arte, que quedará sepultada por los desastres de la guerra que se avecinaba pero, que en cierta forma también ellos mismos contribuyeron a destruir, porque no creían tampoco en los cimientos de ese mundo,y porque además éste, el mundo de principios de siglo, en su crueldad no los aceptaba, (recordemos que casi todos eran judíos y los sucesos históricos se precipitaron sobre ellos, ahogándolos en sus sueños y descubrimientos); Freud, Wittgestein, Arthur Schnitzler, Gustav Klimt, Walter Gropius, Stefan Zweig, Franz Kafka, éste en Praga, escriben, pintan, construyen sobre un mundo que se extingue, cuando aún no está extinguido, como si lo anticipasen y en cierta forma aceptasen su triste destino. Y Mahler?
Mahler es diferente. Mahler vive en el temblor, en el estremecimiento, en el trance. Los artistas, los creadores citados, incluido Freud, viven en una genialidad articulada sobre sí misma. Son extraordinarios testigos de una época, el culmen de una civilización, pero como si de los viejos ciudadanos del Imperio Romano se tratara, viven a su pesar, como precipitados hacia su propia decadencia, como si hubiesen renunciado al alterar su destino, actores en su propia tragedia y en un escenario donde otros cierran el telón súbitamente sobre ellos para desvanecerse detrás como sombras y nunca volver. Pero Mahler no, no se resigna. Los biógrafos coinciden (magnífica la escrita por Pérez de Arteaga); físicamente era un hombre de corta estatura, muy delgado, nariz aguileña, frente despejada, cabello encrespado, y un tanto desaliñado y despreocupado en el vestir; en su carácter y forma de ser era un hombre enérgico, tenaz, imaginativo por supuesto, con una mirada intensa y un magnetismo arrebatador en la dirección musical, un sólo gesto, una mirada, determinada el comportamiento y la interpretación de la orquesta entera; podía ser dulce y encantador, con fino sentido de humor, pero también un déspota sin escrúpulos, exigente con sus músicos y cantantes, hasta hacerlos llorar de tensión (él mismo a veces terminaba una actuación en un estado de nervios y excitación que asustaba a sus compañeros). Inteligente pero no excesivamente culto, hombre de pocos libros pero muy leídos, sobre todo Niestzche, Shopenhauer, y curiosamente la Biblia y el Evangelio, estimaba y admiraba con curiosidad a Jesucristo, no era propiamente un intelectual, aunque frecuentaba los círculos literarios y musicales a los que por su calidad de músico pertenecía, pero su vida social era escasa; judío de origen, católico de adopción, y comprometido socialmente con los más desfavorecidos con un socialismo de tipo burgués pero sincero, no soportaba el sufrimiento de los desvalidos, tampoco de los anímales hasta el punto de no comer carne.
Mahler vivía en tensión con el mundo, y no sólo en lo referente a la creación musical, participaba del sentido religioso en su acepción más profunda, religatio, unido a la realidad. Sentía la vida a la que se entregaba con una intensidad sobrecogedora hasta extenuarse físicamente, como si el tiempo se agotara sin poder cumplir con sus anhelos, pero además reflexionaba frecuentemente sobre la muerte y el más allá, que le intrigaba y desazonaba. Basta recorrer su obra musical tan extensa y reveladora, aún no siendo propósito de este artículo, por ejemplo la tercera sinfonía, Resurrección, la novena; la Canción de la Tierra, o el impactante ciclo de canciones sobre la muerte de los niños. Este es el misterio de Mahler, el estremecimiento ante la vida y la muerte, ante el amor, ante la creación, la desesperación por la desgracia y la miseria humana, sin olvidar la evocación del sueño y la dulzura de la vida, y lo que es más original como artista en un época que anticipa el descreimiento, el temor ante el más allá después de la muerte; grandes temas universales que vitalmente recrea en sus composiciones sin desdén, sin dogmatismos, sin pretensión embaucadora, pero tampoco sin ningún tipo de renuncia anticipada ante la creencia, sin cinismo. En esto se diferencia de sus contemporáneos, Mahler mira hacia el pasado con temblor, preguntándose por lo eterno.
Ewig…, Ewig…, es el anhelo de lo eterno, el ansia de perdurar. Mahler retoma esta palabra en la Canción de la Tierra, y en la sinfonía octava, en la estrofa final del Coro místico; la obra que compuso en el verano de 1906. Hace apenas una semana la Orquesta Filarmónica de Berlín interpretó la sinfonía de los mil, como se la ha denominado, bajo la dirección de Sir Simon Rattle. No era la primera vez que yo la escuchaba, como simple y humilde aficionado, por ejemplo en las grabaciones de Rafael Kubelik y Leonard Berstein, pero tenía enorme curiosidad por asistir en directo , en vivo (eso sí a través del “misterio de la red”), y contemplar como se podía escenificar tal portentosa y descomunal composición en una sala de conciertos. Huelga comentar la espectacularidad de la música, su grandeza no exenta de lirismo y la magnífica interpretación que Rattle con la filarmónica nos ofreció, me resultó sin duda desconcertante ver los coros infantiles, los metales y contraltos sobre las gradas del escenario, y más arriba en los palcos superiores del auditorio, en un remedo de espectáculo total wagneriano, pero mucho más cercano e íntimo, (ya que la grandiosidad de las óperas de Wagner a veces impide la cercanía de la música), el resultado fue memorable; quizá esta sinfonía represente la materialización real de un sueño imposible de un músico en un arrebato de grandeza, sí, pero también un anhelo de lo inefable; un símbolo, un mito; la orquesta más grande, el coro más grandioso, y el tema más ambicioso y poderoso, el universo, el sentido de la creación, lo eterno, Ewig.
BALAM EL MAGO
El oráculo de Balam se menciona en el Libro de Job (cap 22,23 y 24). Un mago de la tierra de Ammon, libre de sortilegios y maleficios, abre sus ojos ante Dios. Y vio lo que el Omnipotente le hizo ver. Siguiendo sus designios, bendice a un Pueblo errante que desde los márgenes del rio Jordán, desde las llanuras del Moab, espera la entrada en la Tierra Prometida. Los principes de Moab y su rey Balac, recelosos, incitan a que el mago maldiga a los israelitas. Pero Balam, fiel en su oráculo a Yaveh, bendice a los hebreos guiados por Moisés.
Pero Balam advierte algo más, no para ahora sino para un futuro, quizá no muy lejano, contempla una estrella, una centella en el cielo que antes nunca existió, es el cetro de Israel, y la esperanza de un mundo nuevo. Está aún lejana, pero cautelosamente se acercará en el tiempo, y algún día será guia evanescente de unos magos, de otros magos, tal vez de Oriente, quizá de la estirpe de Balam, el que renunció a los bienes terrenales para bendecir al elegido. Y estos magos, los tres magos de Oriente, viajaran por el desierto y alcanzarán una pequeña aldea, no muy lejos de las llanuras del Moab, en Belén, donde un niño Dios esperará sus regalos; oro, incienso y mirra…»
CLITEMNESTRA LA ARAÑA
Clitemnestra suena a nombre araña. Sea porque nos metamorfoseamos al arrastrarnos la perfidia hacia la iniquidad. Es sólo un sueño, una apariencia, una visión del alma y no de su figura y su gesto. La belleza también se utiliza; los ojos dulces y rasgados esconden la mirada esquiva, y los labios gordozuelos y las mejillas rosadas imitan al candor mientras los senos sinuosos clarean bajo el tupido velo. He visto rizos de seda de brillo dorado recogidos en tocado sobre ancha frente, anudados con coquetería, y una mano blanca y delgada que con dedos de indecible finura desatan su red de dulzura en larga cabellera, ahogando al ingenuo encendido en su regazo. Y de esta muerte, descubierto el ardid, clamando en un susurro de placer labrado en sus entrañas, surgir una monumental y horrible araña, contrita en lágrimas de engaño. Es Clitemnestra, desprovista del reclamo.
Clitemnestra es en parte la madre de Hamlet y sobre todo Lady Macbeth. La imagino como una mujer esbelta, imponente de mirada vivaz, tramando su plan en soledad, altiva, reflexiva, sensual. Con el envidioso y ávido Egisto en su lecho acaricia con su cuerpo proceloso la lujuria, y entre risas y sedas retozan, consolándose del llanto nefasto de Hécuba en la sangre babosa de su adulterio. Agamenon, su marido, a filo de espada salta sobre Príamo, Argos contra Troya, ahogando en muerte los presagios de los dioses y el gemido de Ifigenia, mártir de la victoria. La caída de Troya avivará la furia de los dioses y la venganza de Clitemnestra.
El retrato de la reina de Argos puede resultar sinuoso, en sus propias motivaciones. Lady Macbeth es fría como el témpano, estéril como una zarza quemada, abandonada su feminidad en un hechizo, en un pacto con el diablo. Ella misma podría ser el mismo demonio. Sin embargo Clitemnestra es más humana, sus razones, como las de la madre de Hamlet, son comprensibles, demasiado carnales. Más que la muerte de Ifigenia, a la madre de Orestes y Electra, le incita la sed de complacencia, de soberbia herida no exenta de mundanos deseos, frente al desabrido e imponenente Agamenon. Su destino será aciago, y aún turbado y desconcertado, Orestes, más resuelto que Hamlet, cumplirá su otra venganza. Clitemnestra, su madre, caminará entonces, errante y avergonzada, entre las sombras por toda la eternidad.
DESDE LA TORRE
La historia es ahora poco conocida, pero fue muy popular en los siglos XV y XVI, en pleno Renacimiento, y cantada por los grandes poetas desde Marcial, hasta Garcilaso o Cetina. Leandro atravesaba cada noche el Helesponto, en el mar Egeo, para reunirse con su amada Hero. Ella sostenía una lámpara junto a las almenas de una torre, guía y faro de su amado. Una noche arreció una tormenta terrible sobre el estrecho, encrespando el mar con ímpetu furioso. Leandro sabiéndose muerto, no pudiendo resistir el embate de las tremendas olas sobre sí, y temiendo más por su amada que por sí mismo, suplica al mar desesperado que, imposible encontrar la guía de luz que sostiene su amada en el acantilado, al menos su cuerpo yerto sea conducido por la marea, retornando a su amada para que jamás albergue duda de que, una vez más, fue a su encuentro. Al amanecer Hero divisó el cadáver de Leandro, fue entonces cuando se lanzó al vacío desde la torre.
EL FINAL DEL TÚNEL
Si la Justicia es consecuente con su destino y razón debe ser inmediata. Buena parte de su eficacia e incluso de su justificación depende de ello. La ejemplaridad de la decisión del juez se asienta en su carácter dirimente, en su capacidad de decidir, resolver o incluso disuadir para resolver un conflicto. El Derecho es un medio de combate contra el abuso y el acto dañoso pero también un eficaz disolvente de malas intenciones, presagios o mezquindades futuras. Si la causa de la controversia se eterniza abre nuevas vias y posibilidades para la perfidia recíproca o el olvido de actos ruínes o violentos que se desvanecen con el tiempo, con la consecuente falta de ejemplaridad ética o moral o desamparo de la victima.
En el Discurso del Método de Descartes hay una curiosa referencia crítica a los abogados y juristas; a aquéllos que están más preocupados en hacer valer la verosimilitud de sus posiciones y argumentos que en sopesar las razones que permitan una más rápida y auténtica resolución del caso. Toda argucia estaría justificada con tal de ganar tiempo, ya sea por cansancio del contrario que fortalece unas iniciales y débiles expectativas, o al menos para hacer valer su «buen hacer», con deliberaciones arduas y concienzudas que elevan su prestigio y conducen a la confusión a un juez pérdido entre papeles, con apenas tiempo para leerse unas lineas del caso. Así puede que un «buen» abogado convincente y vehemente en sus alegatos, constituya un serio peligro y riesgo para la justicia. Descartes, como filósofo, sin duda tenía razón en parte, y posiblemente tenía en mente a los viejos sofistas griegos, malabaristas de la palabra y de la intriga, pero la justicia y su ejercicio es mucho más laberíntica en el mundo actual, y nadie ni siquiera el esmerado y minucioso jurista conoce con seguridad el final del tunel y menos cómo conducirse en él.
EL MIEDO
A veces, al anochecer, cuando las últimas luces se desvanecen con el ocaso en el horizonte más allá del cristal, tras una ventana; o paseando por la ciudad entre el bullicio de la gente, el asfalto y las aceras ensombrecidas, entre los reflejos de las luces de neón que van encediéndose poco a poco, o, con mayor estremecimiento, al amanecer, con los primeros rayos colándose entre las persianas junto al aire fresco y susurrante, entre el sueño y la vigilia, a veces, surge el temor y el miedo.
No son fantasmas, que como seres de ultratumba atemoricen entre las tinieblas evanescentes, en el tránsito de la noche al día; ni seres extraños y monstruosos que asusten con sus muecas o con sus garras afiladas; ni siquiera un salteador que aceche a la espalda ante el giro inesperado con un puñal asesino, son simplemente sueños, visiones de un instante. Tan consciente es uno de su irrealidad como de la verdad que anticipan. Ocurran o no ocurran ya hemos visto el rostro del futuro, el que tendremos y el que jamás viviremos. Y aún el más maravilloso de los destinos no escapa al terror que se experimenta ante su visión.
Son solo unos segundos, un minuto, pronto llega la luz, el sol que se levanta, en el cielo muy lejos, o la lámpara de una farola inerte con su ligero zumbido entre la gente, en una calle llena de brillos artificiales. El temor desaparece y el mundo se vuelve un poco menos verdadero, como si en ese instante hubiéramos vislumbrado el rostro, el significado, el sentido de lo que apenas hubiéramos jamás imaginado descubrir, y que pronto, sin embargo, olvidamos, huyendo de la alucinación,… porque no queremos seguir sintiendo miedo.
EL ÚLTIMO DE LOS VALERY
Volviendo a los mitos paganos pensé no hace mucho en un relato de Henry James, donde un joven romano de este siglo revivía el culto a una antigua diosa griega, Juno. Representada en una estatua esculpida de una dama de gran belleza (una emulación a Fidias), el culto a la grandeza, dentro del más puro clasicismo, se aunaba así a lo más esencial del mito, la percepción del poder divino figurado en la vida de los distintos dioses y los designios del futuro a cuyo oráculo divino se somete el fiel pagano.
En Grecia filosfía y religión surgen con la superación del mito como explicación de la realidad. Los sofistas dejaron de lado la religión, y los más religiosos y el pueblo llano se mantendrán al margen de la filosofía de las academias (que al fin y al cabo son unos cuantos poco representativos de la sociedad). Como civilización urbana y mercantil, los griegos resultan un tanto paradójicos, y su evolución religiosa no discurre paralela ni es resulltado de sus hallazgos intelectuales, el Motor Inmovil, el dios de Aristóteles, no subyuga al ciudadano griego normal, al pueblo, como en cambio si había ocurrido con los judíos o con los egipcios, pueblos muy religiosos; Grecia se extingue en su propia creación, el pensamiento de unos pocos y la demagogia del poder.
El personaje de Henry James sucumbía al propio misterio pagano del sacrificio, subyugado, pero también embaucado en su simplicidad, por el mito y la fascinación por los antiguos dioses y la fastuosidad de su mundo frente al suyo propio, más áspero y crudo. Lo curioso es que esa simplicidad pagana corre paralela a la descripción física del útlimo de los Valery; su cuerpo robusto, su frente despejada, su cabeza redonda, sus rizos, los ojos francos y su rostro proporcionado, podría confundirse con la estatua del más ilustre de los griegos. Lo cual equivale a decir que Valery en cierta medida pertenece a otro mundo, un guerrero de estirpe ya extinguida que, si asumiera la escatologia cristiana, se armaría con igual valor, bien como un misionero del nuevo mundo o un conquistador español ciego ante la riqueza y la salvación de las almas; pero, sin embargo, vive melancólico como un último vestigio de una estirpe ya degradada (un descendiente de los Usher de Poe), el que heredó Roma y la perdió ante los barbaros. En cierta medida el paganismo romano, que surge de las ciudades y villas de la campiña de la vieja Roma, subsiste escondido, transfigurado, como una vasija rota ante la esencialidad del Dios judío-cristiano, El que actua sobre la realidad y a Quien se puede confiar, y que inspira otro tipo de héroes, que surgirán del Medievo, de Europa, de las Catedrales y los monasterios, de las Cruzadas y las Universidades, ya no es un patricio, es un hombre errante todavía sin hacer, que sabe con certeza que su mundo no es de este mundo. Varios siglos más tarde su exponente más logrado será San Ignacio de Loyola.
(Sobre la anormalidad contemporánea de los patricios romanos puede leerse La Cábala de Thorton Wilder o visionarse la película «La dolce vita» de Fellini».
LA BIBLIA DE VATABLO
Debemos retroceder más de cinco siglos, al 27 de Marzo de 1572. Tres clérigos se hayan presos en la cárcel secreta de Valladolid por orden del Consejo de la Suprema Inquisicion. Sos tres doctores de la Universidad de Salamanca, sus nombres son Gaspar de Grajal, profesor docto en Sagradas Escrituras, Martín Martínez de Cantalapiedra, de Griego y Fray Luis de Leon, titular de varias cátedras, y entre ellas la Teología de Prima, también en Salamanca. Los cargos contra ellos son claros y contundentes, se les acusa de pervertir el sentido y significado de la versión auténtica de la Biblia, tanto la griega septuaginta, de los setenta, o la latina de San Jerónimo, llamada vulgata. La imputación se basa en el decreto de la sesión IV de 8 de abril de 1546, del Concilio de Trento que «prohíbe a los ingenios petulantes interpretar la Sagrada Escritura retorciéndola conforme al propio sentir contra el sentido que sostuvo y sostiene la Santa madre Iglesia». En el fondo se haya la disputa entre los teólogos humanistas que aplican criterios filológicos en la interpretación del Antiguo y Nuevo Testamento, y los tradicionalistas escolásticos apegados a la tradición. La mecha que originó la disputa se la debemos al hebraísta Francois Vatable, profesor del College de France a quien se le atribuye en 1545 la traducción e impresión de la Biblia en una nueva traducción directa del hebreo, que se castellinizó, con el ingenio característico español, como la de Vatablo. Los tres detenidos conocían este texto y habían recomendado la impresión en castellano para su difusión en España, jamás imaginaron que sus trabajos académicos les llevaría a la cárcel y al ostracismo.
A los tres se los juzgó en el más estricto y meticuloso proceso inquisitorial, que por otra parte se siguió de manera modélica. El Santo Oficio era especialmente formalista en la tramitación del proceso. Se perseguía la herejía, y el unico objetivo era la expiación del reo mediante el logro de su confesión, la conversión y el descubrimiento de la herejía, evitando que los detalles del proceso trasciendiera a la sociedad por si pudiera contagiar a más incautos. La crudeza la Inquisición se verificaba sobre todo si el reo no confesaba o se dudaba sobre su veracidad, entoces se recurría sin ningún tipo de escrúpulo a la tortura. Como dato curioso el inventor de la «ceremonia» del auto de fe, en un principio escueta y simple, después más ardua y formalista, fue Bernardo de Guy en 1313, en su obra Practica Inquisiotinis, sin duda muchos recordarán su nombre y su figura intimidante como el dominico en la película El nombre de la Rosa, que daba réplica al sabio y al astuto franciscano Guillemo de Baskerville.
Grajal murió en la cárcel antes de ser juzgado, Cantalapiedra se rectractó pero Fray Luis de León decidió afrontar hasta el final el proceso para defender su inocencia. el proceso se alargó cuatro años, durante los cuales nuestro héroe estuvo preso. Las afrentas duero
LA GRAN PIRÁMIDE
Hola, soy el sobrino del dueño de este blog.En esta noticia os voy a contar una historia de mi invención,además es para liberaros de esas chorradas aburridas. Bueno vamos a lo que ibamos.Marchaba yo con mi gran amigo Joshep,por el desierto. Nos destinaron a Egipto allá sea por el verano de 1969, bueno prosigamos con la historía. Ibamos los dos por Egipto cuando nos encontramos con una pirámide más grande que la estatua de la libertad, pero mas chica que la Torre Eifel. No teniamos informacion sobre ninguna piramide en aquella zona. A mi amigo Joshep (que era muy arriesgado y aventurero) se le ocurrio entrar.Le contesté que no me atrevia pero al pensarlo mejor dije:»si descubrieramos algun nuevo tesoro,seriamos famosos». Mal pensado,pero bueno sigamos. Entramos no parecía una piramide de las que conocemos todos,era una mezcla como un castillo de la epoca medieval y unas prisiones que daban miedo. Había muchos esqueletos aún encadenados a la pared. Vimos un gran diamante al fondo de la sala (parecia un elefante de diamante).Fuímos los dos a cogerlo pero de repente salió un monstruo de las sombras. Creo que era una especie de guardián.Tenia siete cabezas y muchos cuernos por la espalda, nos persiguió hasta que conseguimos salir de ese abismo oscuro y deprimente, pero el monstruo se quedó dentro cerrando una puerta y desapareciendo de nuestra vista. Salimos corriendo a decírselo al teniente pero no nos creyeron.Unos cinco o seis años después dijeron que una nueva pirámide había sido descubierta y que un equipo de exploradores se meterían para examinar la pirámide y no salir hasta encontrar algo de valor.Yo fui corriendo a por el telefono a comunicarle lo que había visto y para decirle que nos ibamos de viaje a Egipto.FIN
LUCY Y LOS AMBERSONS
«Sandanah» es «el que todo lo pisotea». Era un guerrero indio, que era causa de malestar en toda su tribu. Discutía, peleaba sin respetar a sus mayores, desazonaba a las mujeres y escandalizaba a los niños con su actitud rebelde. Fue expulsado del grupo, en un atardecer lluvioso, repudiado, solo sin destino, vagando hacia los confines del desierto.
Pero Sandanah fue requerido de nuevo, cuando en las guerras indias muchos murieron y se necesitaban guerreros de estirpe, que dirigieran a su pueblo. Entonces » el que todo lo pisotea», redimido en su desgracia, enardeció con la herencia de su linaje y salvó, magnánimo, a su pueblo.
Lucy contó esta historia a su padre con una expresión serena y los ojos abiertos, como mirando hacia el infinito, con melancolía, y él silencioso de repente comprendió a su hija, conmovido y lleno de piedad por ella. La vio como un padre que no resiste el sufrimiento de una hija, pero al mismo tiempo, de alguna manera, le reprochaba internamente su tozudez, su persistencia por recuperar el pasado, su anhelo por salvar a quién perdió, al que quiso y no supo merecerla, que por alguna razón extraña todavía resistía en la esperanza de lograr hacerse digno de ella…»
(The Magnificent Ambersons)
SHERLOCK HOLMES Y LA APLICACIÓN DE LA LEY (Los tres gabletes I)
La aventura de Los tres gabletes tiene una de las tramas más sencillas de todo el ciclo holmesiano. Aparentemente no ocurre gran cosa; una señora mayor, amable y respetable, que vive sola en una típica casa británica y que está siendo presionada para vender la casa con todos sus enseres incluidos, es decir con la condición de que no se lleve ninguna cosa de ella y lo deje todo como está, por supuesto a cambio de un precio mucho mayor de su valor real, recurre a Sherlock, al que conoce porque ya resolvió un asunto anterior de su difunto esposo. El asunto, que podría resultar curioso, en principio no despierta el interés de Holmes, sino fuera porque él mismo ha sido amenazado para no entrometerse. Evidentemente a partir de ese instante el caso cobra máximo interés para él. De telón de fondo una historia amor apenas insinuada y un libro secreto no editado que revela secretos inconfesables.
En esta aventura se intuye una declaración de intenciones de lo que significa el trabajo del gran detective, y su deseo y anhelo de representar la justicia en todo aquello que interviene. Hay una peculiar distinción entre los que es la ley, que todos deben cumplir como principio general, y la Justicia en particular para el caso concreto, que no necesariamente coincide con la ley. Es curioso que Holmes, que sin duda es un valedor de ésta y que se muestra sensiblemente prudente frente a cualquier vulneración o infracción de la ley, sin embargo no esconde su ironía y suspicacia frente a ella y sus representantes. No discute la Ley, él sólo busca la Justicia, dentro del ámbito en que puede intervenir con sus excepcionales facultades, incluso en numerosas ocasiones cambiando el curso de los hechos, u ocultándolos cuando ya la aplicación de la ley no tiene mucho sentido, bajo la conciencia de lo que es justo en un momento dado.
En esta aventura aparece un singular confidente, depositario de los múltiples cotilleos, rumores y, en fin, banalidades que encierra el llamado «mundo social» de la época, el señor Langdale Pike. En su club de Sant James recopila cualquier tipo de información sobre casamientos, rupturas matrimoniales, escarceos amorosos, adulterios, y también el lado oscuro de los famosos de la época. No hay escándalo que no conozca, y bien pagado, difunde sin escrúpulo alguno todas las revelaciones que puede, en crónicas que se reparten en los periódicos más frivolos de Londres. (Sin duda se nos ocurren múltiples paralelismos en ciertos programas televisivos actuales). Pero para Holmes nos es más que un medio para encontrar la motivación de los comportamientos ajenos. Alguien de ese mundo es protagonista de esta hisoria.
También revolotea un pintoresco y supeficial inspector (nada que ver con Lestrade), y no tan respetuoso hacia Sherlock como éste hacia él (pese a su ironía), y con graves insuficiencias investigadoras (como no podía ser menos en Scotland Yard).
En la aventura Holmes mantiene una rivalidad con una de las mujeres maravillosas que surgen con frecuencia trazadas por la pluma de Watson, de las que despiertan admiración y respeto en él, que no son demasiadas dentro de su misoginia. Su nombre es Isadora Klein. Sin llegar a la finura, inteligencia y belleza de su idolatrada Irene Adler, esta dama le supera en frialdad y en malévola astucia. Mujer española, casada con un alemás, (de la raza de los conquistadores y colonizadores según las propias palabras de Holmes, no ajeno a la altivez victoriana frente a todo lo que no sea británico pero con el matiz de apertura que tiene su personalidad); Isadora Klein coquetea, embauca y enamora a todo el que por riqueza o interés llama su antención. Sin escrúpulos no duda en abandonar a sus victimas cuando se presenta mejor ocasión, y como la Milady de Dumas, es capaz en un instante de representar la más inefable dulzura y en el siguiente, sin un sólo parapadeo, arrostrar la perdición a un hombre con su mirada perturbadora. Sherlock conoce muy bien a las mujeres, aunque sólo sea como entomólogo análitico de caracteres, pero en este caso no deja de sorprender el compromiso y en parte rendición condicionada ante esta fastuosa mujer, Holmes otorga siempre una segunda oportunidad, al amparo de su peculiar idea de justicia del caso concreto, donde ternura, compasión, redención se enlanzan con el deleite de la superioridad de la inteligencia que no soporta sea privada de la delicia de la libertad.
TARGUM
El Targum es un poema hebreo (aunque escrito en arameo) que relata las cuatro noches del mundo; la creación, la bendición a Abraham y su descendencia, la noche pascual y salida de Egipto y, finalmente, la noche de Pascua cuando el rey Mesias saldrá de las alturas, acompañado de Moisés, juntos en el Cielo sobre las nubes, cuando el mundo ha de cumplir su fin y desaparecer. Noche Pascual es símbolo de esperanza, judíos y católicos la reconocen como memoria y veneración al Dios único que interviene para la salvación de los hombres. En Semana Santa los textos recogidos en la Liturgia del Jueves Santo rememoran las cuatro noches del Targum, expresión de un mundo nuevo; en la creación el mundo sale del caos; la obediencia de Abraham al salvar a su hijo Isaac; la liberación de la opresion de Egipto; y con el cumplimiento de los tiempos, la llegada final de Cristo con la liberación frente al mal y la muerte.
Para los cristianos Pléroma y Parusía vivifican la cuarta noche, y al margen de la tradición judaíca, quizás este poema del Targum sea una forma de enlace entre ambas religiones cristiana y hebrea, en esa cuarta noche llena de esperanza para los judíos, llena de realidad para los cristianos.
SANTOS MODERNOS
Antiguamente se leían las vidas de los santos como biografías ejemplificantes, modelos de vida donde encontrar respuestas ante el destino que el misterio humano nos depara, un aliciente ante la desesperanza, una razón para el sufrimiento o una luz en la encrucijada. Otros vieron el rostro de Jesus y en sus vidas obtendremos las claves para descubrir el sentido de las nuestras. Pero quiénes son estos santos; contemplamos atraídos entre el anhelo y el escepticismo las ceremonias de proclamación de los nuevos formalmente declarados en el Vaticano, y creemos o queremos creer que lo son porque han ofrecido sus vidas, padeciendo por otros a veces hasta morir o iniciando nuevas vías para proclamar y vivir la Buena Nueva en la Tierra vislumbrando el mensaje cifrado de Dios. La lista es larga, solo la de las últimos años pero mi ignorancia grande, desconozco la mayor parte de ellos, solo los papas Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II, los niños Francisco y Jacinta Marto, Teresa de Calcuta y Junípero Sierra, es decir los más conocidos y públicos, de los demás ignoro sus vidas por falta de disposición por mi parte pero también quizá por falta de «ocasión» para que se produzca el encuentro. Porque la emulación frente al superior, como la conversión en sí, requiere un descubrimiento que es biográfico, vinculado a la vida de cada uno en el acontecer de un hecho vital que puede ser una experiencia física o una manifestación espiritual, o ambas. Y las personas que salen a ese encuentro, independientemente que no tengan la condición de santos, pero si la de «hombres buenos» que han hecho de su profesión de fe cristiana una vocación integrada en sus trayectorias vitales con reconocimiento e influencia en muchos directa o, como en mi caso, indirectamente, y por ello los menciono; Blaise Pascal, el padre Gratry, los escritores Chesterton y C S Lewis, el padre Alfonso Querejazu y el filósofo Julian Marias. Además en mi vida he tenido la fortuna de encontrar a personas buenas y alguno creo que realmente santo y mártir como el hermano marista, asesinado en Ruanda, que fue profesor mío, del que al menos ahora no me atrevo a escribir.